Enelimaginario

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lunes, 13 de noviembre de 2017

CAPÍTULO XIV DE VÍCTIMAS, FLORES Y FALLOS HEPÁTICOS

CAPÍTULO XIV
DE VÍCTIMAS, FLORES Y FALLOS HEPÁTICOS

Cautivo por aquella horda zombie adicta al tute, no me quedó más remedio que ver pasar las horas en el salón, completando mesas impares y mediando entre disputas de brisca, cuando a media tarde oí por la radio que se presentaba un nuevo cartel de la Xunta contra la violencia sexista.
“Lo más grande de Galicia no se maltrata” rezaba ese año el cartel. La oposición la acusaba de infantilizar y cosificar a la mujer. Sin duda se hablaría mucho de él por las redes.


Miré entonces a Noemí, una entrañable anciana que jugaba a la brisca y me acordé de lo ocurrido con otro cartel unos años atrás.
No soy ningún experto en el tema, ni mucho menos, pero aquella cartelería llamaba mucho la atención. 
El primero estaba destinado a la promoción de la igualdad y representaba a un grupo de mujeres que sostenían un dintel mientras desarrollaban distintas profesiones. “Todas son Pilar” se titulaba. Haciendo un juego de palabras entre el nombre propio y el elemento arquitectónico.
El segundo cartel era el destinado a la prevención de la violencia de genero. Y seguía esa misma línea, de buscar el doble sentido a las palabras. En él se veía un mosaico de flores y en grande se podía leer:
“Rosa, Hortensia, Margarita... No son flores, son víctimas”.
No pude evitar cierta confusión profesional. Existe un fenómeno llamado “cosificación”, por el cual, se trata a las personas como si fuesen “cosas”. Y en este caso no me quedaba claro si los pilares y las flores se usaban como metáforas o estábamos enviando mensajes cosificando a las mujeres. Pero como nunca me atrevería a contradecir al sesudo equipo de profesionales expertos en igualdad y comunicación que habían diseñado esa campaña, sencillamente los colgué.  


Fue a la tercera semana de estar expuestos, en una de las multitudinarias partidas a las cartas, cuando Noemí empezó a tambalearse frente a la baraja.
-Serán todo lo buenas que quieras, pero desde que las tomo, me siento fatal. Me dijo con los ojos vidriosos.
A Noemí siempre le duele algo y cosa que escucha, cosa que padece. Al principio la creía y con ello conseguía que me la llevase un rato al despacho en donde me lloraba y se lamentaba de lo la multitud de problemas de salud que padecía. Hasta que un día me aseguró que el médico le había diagnosticado aluminosis.
-Ya ves Alejandro, tantos años entre pucheros de aluminio tenía que pasar lo inevitable… ¡TENGO ALUMINOSIS!. Me dijo entre llantos y sonándose violentamente la nariz.
Para quien no lo sepa la aluminosis es una degradación del hormigón. Los puentes y edificios son los que padecen aluminosis.

     (Efectos de la aluminosis)

Así, que con tales antecedentes, unido a que justo en ese momento estaba intentado colar un órdago a la grande a mis contrincantes, sencillamente la ignoré con una sonrisa.
Creo que fue cuando llegamos a “pares” cuando Noemí volvió a insistir.
-¡¡Ay Alejandro!!, que me encuentro realmente mal, yo esto no puedo seguir tomándolo. Dijo apartando un termo que tenía sobre la mesa.
- ¿Qué es lo que estas tomando? Pregunté cediendo a lo que pensaba era una llamada de atención.
-La infusión de vitaminas Alejandro, además sabe fatal.
- ¿Y eso quien te lo recomendó? Pregunté intentado a la par lanzar la seña de bonita.
-Tu.
-Yo no te recomendé tomar ninguna infusión de vitaminas. Le dije mientras mostraba mis cartas. Aunque nadie había aceptado mi órdago a la grande si aceptaron un envite, así que esa mano era mía.
En ese momento Noemí se levantó tambaleando, señaló el cartel de “Rosa, Hortensia, Margarita, no son flores, son víctimas” y se desplomó en el suelo.
Permaneció consciente todo el tiempo, pero en un extraño estado letárgico que le impedía hacer otra cosa que respirar. La ambulancia la llevó rápidamente al hospital y yo, sintiéndome de alguna forma culpable, me ofrecí a acompañarla hasta que llegase su familia. 
Fue una espera larga. Vivían en Vigo, a más de dos horas de Lugo. Y dado que yo no tenía parentesco con ella, nadie me facilitaba información, así que rápidamente mi mente empezó a imaginarse el peor escenario posible. 
Todo empeoró cuando dos policías se presentaron en la sala de espera, me pidieron los datos y me solicitaron que no me moviese de ahí. En ese momento ya tenía la certeza de que algo terrible estaba a punto de suceder.
Tras más de dos horas de espera se presentaron en el hospital una hermana, un hermano, sus tres hijos y cinco nietos. No tuve ni tiempo de hablar con ellos, uno de los policías los acompañó mientras el otro se quedó sospechosamente a mí lado.
Finalmente, el policía que había acompañado a la familia, solicitó que le acompañase.
Al entrar a esa habitación me encontré las caras más largas y amenazantes que jamás hubiera visto en mi vida.
-Señora. Tenemos que preguntarle si este es el hombre que le recomendó ingerir hortensias. Le preguntó directamente el policía a Noemí ante mi asombro.  
Ella asintió tímidamente con la cabeza y la familia empezó a bufar y lanzarme hondonadas de miradas amenazantes.
-¿Es usted consciente que por su consejo Noemí ha sufrido un grave fallo hepático? Me preguntó el policía.
-¿Pero por qué iba a recomendar tomar hortensias a nadie?. Pregunté con cara de angustia al amenazante público.
Noemí tomó de nuevo la palabra
- Colgaste un cartel que dice: Rosa, Hortensia, Margarita. No son flores, son VITAMÍNAS. Añadió.
-¡VÍCTIMAS!. Exclamé. –Tengo un cartel contra los malos tratos que pone eso: Rosa, Hortensia y María no son flores son ¡VICTIMAS!. Exclame aliviado al verme libre de la acusación de intento de homicidio.
Todo el mundo estalló en carcajadas, todo el mundo menos Noemí que ofendida se cruzó de brazos y enfurruño el ceño.
-Bueno, es casi lo mismo. Me dijo malhumorada y herida en su ego.
No pude evitar acercarme a ella y acariciarle la mano.
-Si, Noemí, tienes razón, el cartel es muy confuso. Le dije en tono cariñoso.
Efectivamente mal interpretando el cartel, la pobre Noemí, se pasó tres semanas tomando asiduamente un combinado tóxico de margaritas, hortensias y otras flores, afortunadamente ninguna de ellas letal, aunque sí dañinas.
Reconozco que tras haberme visto durante unos segundos enfrentado a una acusación de intento de homicidio, le guardaba cierto rencor, pero todo había sido un malentendido y en el fondo yo también había aprendido una gran lección, casi tan grande como el susto.
Si tratas a las personas como objetos, o flores, no es extraño que la persona que lea el cartel piense que hablas de cosas o flores. Existe una delgada y tenue línea entre la metáfora y la cosificación. Yo reservaría la primera a los poemas para evitar confusiones. Pero como ya dije, no soy experto, así que me reservo opiniones más profundas para otros momentos.  
Por fortuna Noemí se recuperó completamente, y sigue quejándose de padecer cosas como el ébola y la viruela mientras juega a las cartas, espero que por muchos años.
CAPÍTULO XV
DE COMO SER TRABAJADOR SOCIAL VEINTICUATRO HORAS AL DÍA
Ya anochecía cuando la luz volvió, iluminó con tal intensidad la habitación que todos nos vimos deslumbrados. Hice público mi júbilo. Pero mis compañeros de cartas en cambio se vieron contrariados. Les gustaba esa sensación de “aislamiento tecnológico”, de volver a jugar a las cartas alumbrados por las velas improvisadas con patatas como hacían antaño.



jueves, 13 de julio de 2017

"MIS HIJAS ME DEVOLVIERON LA VIDA" Reseña literaria.




El próximo día 20 de Julio del 2017 entrevistaremos a Ines Lamela desde la Plataforma de Defensa del Trabajo social. Para ir abriendo boca a su obra y conocerla un poco más os dejo la presente reseña literaria. 

Los monstruos existen, y estos monstruos ya han segado la vida de 30 mujeres, en lo que llevamos de año, en el momento que escribo estas líneas.

Mucho hemos barruntado, escrito, bramado y gritado los y las profesionales sobre esta peste, que no sólo cercena vidas, también las mutila, empala, trunca y arruina, porque las víctimas no son sólo las muertas, quedan las que sobreviven o aún malviven con su monstruo, por no hablar de esos niños y niñas defenestrados, apuñalados o estrangulados. Son personajes acallados, silenciados, que cuentan sus historias con el rostro borrado y la voz distorsionada, y esto se nota cuando buscamos libros que hablan del tema. Una sencilla búsqueda en google nos indica algo alarmante; entre los primeros veinte resultados, ninguno es un libro escrito por la propia víctima. Siempre somos los y las profesionales los que nos lanzamos no sólo a barruntar soluciones y explicaciones, incluso somos los que contamos sus historias. Y mientras tanto, ellas siguen en silencio, observando lo que otros y otras dicen por ellas. Siguen leyendo fantasías y teorías mientras las auténticas historias permanecen calladas.

"Seguimos escribiendo fantasías y teorías mientras las auténticas historias permanecen calladas"

Pero Inés se ha levantado. Inés se ha quitado los pixeles de la vergüenza, el distorsionador de voces y se muestra  alta y orgullosa como lo que es, una superviviente que durante décadas convivió con su monstruo y consiguió sobrevivir a él.

Y no penséis que ese monstruo es un mindundi, uno de esos cocos infantiles al que se consigue engañar con alguna triquiñuela. Su monstruo es digno de las grandes novelas de terror, un ser que evoluciona con las páginas, que sabe adaptarse a su víctima, ganándose incluso su simpatía, y que, ante todo, no desfallece en sus objetivos, bien sea cambiar de coche, irse de fiesta o asesinar a su doncella, que no tiene cautiva, sino que prefiere reventarla trabajando, que todos sabemos que la elegancia es cara.

"Su monstruo es digno de las grandes novelas de terror"


Y eso es algo que sorprende del libro de Inés, que rompe con los estereotipos o ideas preconcebidas que pudiésemos poder tener. Como profesional me sentí tentado a ir realizando pronósticos desde las primeras páginas, a intentar anticipar lo que sucedería en el siguiente capítulo, y he de reconocer que fallé de forma sistemática, por no decir estrepitosa, quizás porque tengo graves sesgos, como el de conocer personalmente a la escritora, una mujer tan entera, grande y fuerte que quien quiera hablar de “perfiles”… primero tendría que hablar con ella. Si ella sufrió este terror significa que cualquiera puede sufrirlo.

Nos sorprende con un libro autobiográfico, escrito en primera persona y que transcurre con forma de diario. Nos habla de su infancia en un pueblo de Galicia, de su llegada a Lugo, y siempre con ese monstruo de fondo que, recuerda al lector, la intentó matar ni más ni menos que en tres ocasiones.
Y aquí se me ocurre un símil, el Diario de Ana Frank. Muestra un estilo sencillo, directo, de narrativa lineal, sin ambiciones literarias, capítulos añadidos o escenas decoradas, más un diario que una novela. Todo fluye sencillamente, sin sorprendentes giros o técnicas literarias, una obra en la que se nota de fondo el esfuerzo que le supuso redactar cada página, el dolor de dedos y el dolor del alma.  Es lo que es; sencillez, tesón y dolor.


"Desde el principio sentimos que estamos adentrándonos en esa casa oculta en una calle de Lugo"


Y que nadie interprete en las líneas anteriores una mala crítica, todo lo contrario, es un punto a favor. Gracias a ello consiguió un libro que llega, como sucede con el Diario de Ana Frank, porque desde la primera página percibimos su veracidad, su realismo. Desde el principio sentimos que estamos adentrándonos en ese zulo oculto en un ático de Amsterdam o, en este caso, en esa casa oculta en una calle de Lugo, lo que genera en torno a la lectura una extraña sensación de complicidad, de empatía, de cariño… de miles de emociones hacia su protagonista, y eso es algo reservado a las grandes novelas. Consigue, a través de esa sencillez, que conectemos automáticamente con ella y deseemos seguir evolucionando en su lucha contra el monstruo, con un aliciente añadido, ella consiguió matarlo, o al menos encarcelarlo. Y a todas las personas nos gustan los finales felices.Ese es otro detalle que me apasiona como profesional, el haber percibido oculta en esas páginas la bala de plata, la estaca en el corazón, el conjuro mágico capaz de acabar con la bestia.

"Entre sus páginas se se percibe la bala de plata, la estaca en el corazón, capaz de acabar con la bestia"

Leyendo su obra, fui más consciente que nunca de la necesidad de escuchar estos relatos, de conocer de primera mano cómo estas heroínas forjaron la bala de plata que las liberó de su cautiverio y tomar buena nota de sus lecciones. Buscando un símil cinematográfico me atrevería a afirmar que ellas son la teniente Ripley que han derrotado a Alien. No podemos cometer el mismo error que esos científicos prepotentes de la película. Escuchemos a las supervivientes, alcemos más alto su voz, porque ellas ya conocen la pócima secreta, dejemos que la divulguen.

Quedan puntos que abordaremos en la entrevista que le haremos desde la plataforma. Inés se ha guardado críticas que no expone en el libro, pero sí me ha trasladado personalmente; hacia el sistema judicial, hacia la policía, hacia el sistema de “vigilancia”, hacia los servicios sociales.

Espero impaciente sus bofetadas, pues creo que con ellas, y entre todos y todas, conseguiremos afilar mejor su espada, pues aún sigue luchando, porque su monstruo sale ahora de permiso.

Y este libro continúa como la Historia Interminable, escribiéndose infinitamente. Acontece una nueva entrega de esta película de terror, una tan dura que le ha arrebatado el habla por momentos e incluso tener que anular una de sus numerosas presentaciones, porque Inés ya es por estos llares todo un ejemplo aclamado y demandado, una ponente que no teoriza, sino que explica cómo consiguió derrotar al monstruo.

Os dejo con un vídeo para que podáis conocer un poquito mejor a Ines antes de la esperada visita. 




miércoles, 19 de abril de 2017

CONDENADO A SER TRABAJADOR SOCIAL




CAPÍTULO II

CONDENADO A SER TRABAJADOR SOCIAL
Al pedir el listado de todas las asignaturas que me faltaban para terminar la diplomatura que, pese a ser mi tercer año, eran muy numerosas, comprobé que tenía pendientes doce créditos de libre configuración, o lo que equivale a tres asignaturas cuatrimestrales. Si conseguía quitármelos de encima ese año, al menos en las formas, podría decir que había aprobado tres asignaturas cuatrimestrales, y así, quizás, mi padre dejaría de atosigarme con su ironía para que metiese ritmo a los estudios. Los créditos de libre configuración son una serie de horas que tienes que cubrir con asignaturas que pueden ser de cualquier carrera y que los alumnos aplicados suelen utilizar en hacer asignaturas relacionadas con su profesión pero, como ya dije, ese no era mi caso. Y ya con la presión de tener que estudiar las asignaturas que, año tras año, dejaba pendientes durante los exámenes de febrero y junio, lo último que me apetecía era acudir a esas asignaturas que, por lo general, resultaban tediosas y aburridas mientras, fuera, el verano discurría lleno de fiestas, calor y playa. La solución vino de parte de Carmen, la que era mi novia entonces, y ahora es mi mujer, que estudiaba Historia en Oviedo. Me informó que en su facultad existía un profesor que tenía una asignatura de exactamente doce créditos relativamente fácil de aprobar, pues a los alumnos de libre configuración les realizaba un examen oral sobre un libro que mandaba leer.  Sin dudarlo me matriculé en septiembre de esa asignatura, “Historia Antigua de la Península Ibérica”. Al poco de formalizar la matrícula me entrevisté con el profesor. Fue una entrevista rutinaria, donde me facilitó un libro con el mismo título que la asignatura. El profesor era un hombre tranquilo, escudado tras unas gafas de lectura que dejaba reposar sobre una prominente nariz franqueada con un enorme arco. Miraba desinteresado el listado de alumnos en búsqueda de mi nombre, mientras que con la mano derecha se masajeaba, por encima de una tupida barba ya más canosa que negra, el mentón. Su aspecto en conjunto resultaba altivo y digno, una de esas presencias con cierto aire ilustrado, de ojos cansados de leer y releer libros en polvorientas bibliotecas., Tras acabar de analizar su cara observé el despacho, una vieja radio negra alegraba el ambiente con “La Trucha” de Schubert. La estancia estaba bien iluminada, con vistas al resto del campus. Desde la ventana se veían los edificios de filosofía y la cafetería. Pese a ser el despacho de toda una eminencia catedrática, estaba decorado de forma muy austera, apenas una mesa, una silla y algunas estanterías repletas de archivos organizados por años, que seguramente contendrían expedientes, resultados de notas y cosas por el estilo, pero ningún libro a la vista salvo el que descansaba junto a los papeles que ojeaba en la mesa.
─Bien… aquí está usted… Don Alejandro, estudiante de TS…
Vaciló unos segundos, calculé que me preguntaría que era “TS”, pero, sin darle mayor importancia, empezaron las explicaciones.
─Bien… Se ha matriculado usted en “Historia antigua de la península Ibérica”… ¿Le interesa la historia?
─Mucho,  siempre quise incrementar mis conocimientos sobre nuestra historia y, en especial, sobre la antigüedad─  respondí con cierto tono pedante.
─Bien, bien─  dijo sin dar mucha credibilidad a mis adulaciones sobre la asignatura─. Tiene que leerse este libro. El diecinueve de junio, a las cinco de la tarde, tendrá usted el examen en este mismo despacho. Será oral y constará de cinco preguntas. Preste especial interés a las aportaciones de los romanos y los otros pueblos invasores. ¿Alguna pregunta?
 ─Pues no─  respondí satisfecho con la simplicidad del proceso.
Ningún trabajo y un libro bastante pequeño, resultaba algo muy asumible y más en comparación con los largos y tediosos temarios sobre derecho, servicios sociales o historia del trabajo social a los que nos tenían acostumbrados en la carrera.
Pero, para qué negarlo… si el buen estudiante siempre se esfuerza aun cuando sabe que al resto le van a regalar el aprobado, el mal estudiante no se esforzará por muchas facilidades que le des. Así que llegó el diecinueve de Junio y yo no había leído el libro. Me podría escudar argumentando que entre estudiar mis asignaturas y el trabajo que tenía dirigiendo un proyecto social no había tenido tiempo, pero la realidad es que se me había olvidado apuntarlo en la agenda, que nunca uso, y sólo lo recordé cuando mi madre me preguntó por esa nota pegada desde septiembre en la nevera.
Aun así, no me dejé amedrentar por tan nimio detalle y decidí presentarme igualmente. Tengo bastante labia y cultura general, y pensé que, quizás, una mezcla de ambas sirviesen, al menos, para conseguir un cinco en un examen oral. En la sala de espera cinco alumnos nos apelotonábamos. Antes que yo, dos chicas de la carrera de filosofía y otro alumno de la carrera de humanidades entraron y salieron a los pocos minutos con los veredictos: dos suspensos y un aprobado.  Desanimado, pues objetivamente esta gente sabía bastante más que yo de las invasiones cartaginenses y romanas, entré derrotado a aceptar mi ineptitud y pedir una segunda oportunidad para septiembre. Dentro, otra pieza de Schubert sonaba por su antigua radio negra.
─Bien, joven  ¿Puede usted referir que nos aportaron los romanos?─  me preguntó tras comprobar mi nombre en el listado.
No pude evitar recordar esa famosa escena de los Monty Python y dije sin vacilación:
─ ¡El vino, el vino!
─Bueno sí… ¿Pero qué fue lo más destacable y por qué?
Seguí recordando la gloriosa película La vida de Brian y empecé a enumerar las aportaciones que discutían los miembros del Frente Judaico de Liberación, intentando ligarlas a cosas más o menos realistas.
─El alcantarillado… y con ello la salubridad. Las vías romanas y el lógico impacto en las comunicaciones. La seguridad y con ello…
─Bueno sí─  me interrumpió ya mal humorado ─ ¿pero qué es lo que más destaca el libro?
Se me notaría en la cara mi absoluta ignorancia porque no esperó mi respuesta.
─El censo, señor mío, ¡el censo!… ¿Se ha leído usted el libro o no?
─Claro, claro…─  afirmé haciéndome el despistado─ el censo… claro.
E intenté rápidamente explicar la importancia del censo para la historia. Pero no se me ocurrió por qué debería ser más importante el censo que el vino o las calzadas, así que simplemente me quedé en blanco.
─Bueno…─  dijo ya aburrido ─ esta pregunta es básica. Lo siento, pero no ha aprobado, tendrá que volver en Septiembre.
Agradecí que terminase la tortura, pero cuando ya estaba recogiendo mis cosas me volvió a interrumpir.
─ ¿Qué es TS?─  me preguntó.
─ ¿Cómo?─  respondí yo completamente incómodo por la situación.
─Aquí pone que es usted estudiante de “TS”… ¿Qué significa?
─Trabajo Social─  dije con prisas por salir, pues nadie quiere estar mucho tiempo delante de la persona que te acaba de suspender.
─ ¿Y por qué te has matriculado de esta asignatura?─  me volvió a interrogar, mientras que, con curiosidad, me miraba por encima de sus gafas de lectura y su noble barba.
─Bueno, como nos obligan a estudiar doce créditos de libre configuración y me dijeron que su asignatura era fácil, pues me matriculé─  dije en un arrebato de sinceridad.
─ ¡ESTO ES EL COLMO! ─ gritó encolerizado mientras su rostro se enrojecía─  ¡Esto es lo que me quedaba por ver! ¡Así nos luce el pelo en las facultades!
Y, sin más palabras, tachó el suspenso de mi hoja y puso un gran “Aprobado” en su lugar.
─No voy a ser yo quien te joda la vida, venga vete.
─Muchas gracias─  fue lo único que llegué a decir antes de marcharme, encantado con mis doce créditos “regalados” achacando mi aprobado a la falta de simpatía que tenían algunos profesores hacia las asignaturas de libre configuración y más cuando las cursa un estudiante de una carrera que poco o nada tienen que ver con ellas.
Pasó el verano y volvió el otoño. Yo ya había olvidado la anécdota hasta que un día tomando un vino en una cantina cercana a mi casa, el profesor apareció de entre las mesas lejanas y saludó con alegría a Carmen, que había sido también alumna suya. No tardó mucho tiempo en reconocerme y sin titubeos, pero extrañado, preguntó:
─ ¿Sois novios?
─Sí, llevamos ya cuatro años juntos─   respondí.
Él se siguió mostrando contrariado e incluso intrigado pero, finalmente, aceptó la respuesta.
─Bueno ¿y ya has terminado los trabajos sociales?
─Hago Trabajo Social─  le corregí ya acostumbrado a tener que explicar continuamente que no soy auxiliar de ayuda a domicilio o graduado social─. No, todavía tengo para un par de años.
Sorprendido y sin entender del todo qué estaba pasando observé cómo esta respuesta  le descolocó del todo. Nuevamente volvió a magrearse la tupida barba canosa y sin ser invitado se sentó a mi lado, claramente movido por la curiosidad.
─Disculpa que te lo pregunte, pero estando con Carmen  y…pareces un chico majo… ¿Qué hiciste para acabar haciendo “Trabajo Social”?─  me preguntó resaltando “Trabajo Social”, queriendo enfatizar que había entendido mi corrección.
─Así, por lo pronto, aprobar la selectividad─  respondí directamente.
Su expresión digna y curiosa se transformó en una mueca de sorpresa que entonó una sonora carcajada.
─ ¡Entonces, es una carrera!─ exclamó─. Pensaba que te habían obligado a hacer doce créditos de libre configuración como castigo o redención por haber hecho alguna maldad, tipo pintar una pared o quemar una papelera─ (Es decir, Trabajos en Beneficio de la Comunidad) ─.  Pensaba que ahora los jueces me empezarían a enviar a todos los vándalos a estudiar Historia Antigua─  me reconoció con una amplia sonrisa ─, y viendo cómo va el sistema educativo no me extraña.

Continuamente tengo que oír en conversaciones “trabajo social o trabajos sociales” como eso: trabajos en beneficio de la comunidad, e incluso me han preguntado cómo llevo eso de limpiar el culo a los viejos, porque la gente piensa que soy auxiliar de ayuda a domicilio, pero la verdad es que ya no me molesta. Poca gente sabe lo que es un Trabajador Social, y esa es la verdad. Pero ¿para qué negarlo? también eso nos puede beneficiar en ciertas circunstancias y esa es la mejor habilidad que puede tener un trabajador social, saber usar a su favor el entorno en el que va a desenvolverse.