CAPÍTULO II
CONDENADO A SER TRABAJADOR SOCIAL
Al pedir el listado de todas las
asignaturas que me faltaban para terminar la diplomatura que, pese a ser mi
tercer año, eran muy numerosas, comprobé que tenía pendientes doce créditos de
libre configuración, o lo que equivale a tres asignaturas cuatrimestrales. Si
conseguía quitármelos de encima ese año, al menos en las formas, podría decir
que había aprobado tres asignaturas cuatrimestrales, y así, quizás, mi padre dejaría
de atosigarme con su ironía para que metiese ritmo a los estudios. Los créditos
de libre configuración son una serie de horas que tienes que cubrir con
asignaturas que pueden ser de cualquier carrera y que los alumnos aplicados
suelen utilizar en hacer asignaturas relacionadas con su profesión pero, como
ya dije, ese no era mi caso. Y ya con la presión de tener que estudiar las
asignaturas que, año tras año, dejaba pendientes durante los exámenes de
febrero y junio, lo último que me apetecía era acudir a esas asignaturas que,
por lo general, resultaban tediosas y aburridas mientras, fuera, el verano
discurría lleno de fiestas, calor y playa. La solución vino de parte de Carmen,
la que era mi novia entonces, y ahora es mi mujer, que estudiaba Historia en
Oviedo. Me informó que en su facultad existía un profesor que tenía una
asignatura de exactamente doce créditos relativamente fácil de aprobar, pues a
los alumnos de libre configuración les realizaba un examen oral sobre un libro
que mandaba leer. Sin dudarlo me
matriculé en septiembre de esa asignatura, “Historia Antigua de la Península
Ibérica”. Al poco de formalizar la matrícula me entrevisté con el profesor. Fue
una entrevista rutinaria, donde me facilitó un libro con el mismo título que la
asignatura. El profesor era un hombre tranquilo, escudado tras unas gafas de
lectura que dejaba reposar sobre una prominente nariz franqueada con un enorme
arco. Miraba desinteresado el listado de alumnos en búsqueda de mi nombre,
mientras que con la mano derecha se masajeaba, por encima de una tupida barba
ya más canosa que negra, el mentón. Su aspecto en conjunto resultaba altivo y
digno, una de esas presencias con cierto aire ilustrado, de ojos cansados de
leer y releer libros en polvorientas bibliotecas., Tras acabar de analizar su
cara observé el despacho, una vieja radio negra alegraba el ambiente con “La
Trucha” de Schubert. La estancia estaba bien iluminada, con vistas al resto del
campus. Desde la ventana se veían los edificios de filosofía y la cafetería. Pese
a ser el despacho de toda una eminencia catedrática, estaba decorado de forma
muy austera, apenas una mesa, una silla y algunas estanterías repletas de
archivos organizados por años, que seguramente contendrían expedientes,
resultados de notas y cosas por el estilo, pero ningún libro a la vista salvo
el que descansaba junto a los papeles que ojeaba en la mesa.
─Bien… aquí está usted… Don
Alejandro, estudiante de TS…
Vaciló unos segundos, calculé que
me preguntaría que era “TS”, pero, sin darle mayor importancia, empezaron las
explicaciones.
─Bien… Se ha matriculado usted en
“Historia antigua de la península Ibérica”… ¿Le interesa la historia?
─Mucho, siempre quise incrementar mis conocimientos
sobre nuestra historia y, en especial, sobre la antigüedad─ respondí con cierto tono pedante.
─Bien, bien─ dijo sin dar mucha credibilidad a mis adulaciones
sobre la asignatura─. Tiene que leerse este libro. El diecinueve de junio, a
las cinco de la tarde, tendrá usted el examen en este mismo despacho. Será oral
y constará de cinco preguntas. Preste especial interés a las aportaciones de
los romanos y los otros pueblos invasores. ¿Alguna pregunta?
─Pues no─ respondí satisfecho con la simplicidad del
proceso.
Ningún trabajo y un libro bastante
pequeño, resultaba algo muy asumible y más en comparación con los largos y
tediosos temarios sobre derecho, servicios sociales o historia del trabajo
social a los que nos tenían acostumbrados en la carrera.
Pero, para qué negarlo… si el buen
estudiante siempre se esfuerza aun cuando sabe que al resto le van a regalar el
aprobado, el mal estudiante no se esforzará por muchas facilidades que le des.
Así que llegó el diecinueve de Junio y yo no había leído el libro. Me podría
escudar argumentando que entre estudiar mis asignaturas y el trabajo que tenía
dirigiendo un proyecto social no había tenido tiempo, pero la realidad es que
se me había olvidado apuntarlo en la agenda, que nunca uso, y sólo lo recordé
cuando mi madre me preguntó por esa nota pegada desde septiembre en la nevera.
Aun así, no me dejé amedrentar por
tan nimio detalle y decidí presentarme igualmente. Tengo bastante labia y
cultura general, y pensé que, quizás, una mezcla de ambas sirviesen, al menos,
para conseguir un cinco en un examen oral. En la sala de espera cinco alumnos
nos apelotonábamos. Antes que yo, dos chicas de la carrera de filosofía y otro
alumno de la carrera de humanidades entraron y salieron a los pocos minutos con
los veredictos: dos suspensos y un aprobado. Desanimado, pues objetivamente esta gente
sabía bastante más que yo de las invasiones cartaginenses y romanas, entré
derrotado a aceptar mi ineptitud y pedir una segunda oportunidad para
septiembre. Dentro, otra pieza de Schubert sonaba por su antigua radio negra.
─Bien, joven ¿Puede usted referir que nos aportaron los
romanos?─ me preguntó tras comprobar mi
nombre en el listado.
No pude evitar recordar esa famosa escena
de los Monty Python y dije sin vacilación:
─ ¡El vino, el vino!
─Bueno sí… ¿Pero qué fue lo más
destacable y por qué?
Seguí recordando la gloriosa
película La vida de Brian y empecé a
enumerar las aportaciones que discutían los miembros del Frente Judaico de
Liberación, intentando ligarlas a cosas más o menos realistas.
─El alcantarillado… y con ello la
salubridad. Las vías romanas y el lógico impacto en las comunicaciones. La
seguridad y con ello…
─Bueno sí─ me interrumpió ya mal humorado ─ ¿pero qué es
lo que más destaca el libro?
Se me notaría en la cara mi
absoluta ignorancia porque no esperó mi respuesta.
─El censo, señor mío, ¡el censo!…
¿Se ha leído usted el libro o no?
─Claro, claro…─ afirmé haciéndome el despistado─ el censo…
claro.
E intenté rápidamente explicar la
importancia del censo para la historia. Pero no se me ocurrió por qué debería
ser más importante el censo que el vino o las calzadas, así que simplemente me
quedé en blanco.
─Bueno…─ dijo ya aburrido ─ esta pregunta es básica. Lo
siento, pero no ha aprobado, tendrá que volver en Septiembre.
Agradecí que terminase la tortura,
pero cuando ya estaba recogiendo mis cosas me volvió a interrumpir.
─ ¿Qué es TS?─ me preguntó.
─ ¿Cómo?─ respondí yo completamente incómodo por la
situación.
─Aquí pone que es usted estudiante
de “TS”… ¿Qué significa?
─Trabajo Social─ dije con prisas por salir, pues nadie quiere
estar mucho tiempo delante de la persona que te acaba de suspender.
─ ¿Y por qué te has matriculado de
esta asignatura?─ me volvió a
interrogar, mientras que, con curiosidad, me miraba por encima de sus gafas de
lectura y su noble barba.
─Bueno, como nos obligan a estudiar
doce créditos de libre configuración y me dijeron que su asignatura era fácil,
pues me matriculé─ dije en un arrebato
de sinceridad.
─ ¡ESTO ES EL COLMO! ─ gritó
encolerizado mientras su rostro se enrojecía─ ¡Esto es lo que me quedaba por ver! ¡Así nos
luce el pelo en las facultades!
Y, sin más palabras, tachó el
suspenso de mi hoja y puso un gran “Aprobado” en su lugar.
─No voy a ser yo quien te joda la
vida, venga vete.
─Muchas gracias─ fue lo único que llegué a decir antes de
marcharme, encantado con mis doce créditos “regalados” achacando mi aprobado a
la falta de simpatía que tenían algunos profesores hacia las asignaturas de
libre configuración y más cuando las cursa un estudiante de una carrera que
poco o nada tienen que ver con ellas.
Pasó el verano y volvió el otoño. Yo
ya había olvidado la anécdota hasta que un día tomando un vino en una cantina
cercana a mi casa, el profesor apareció de entre las mesas lejanas y saludó con
alegría a Carmen, que había sido también alumna suya. No tardó mucho tiempo en
reconocerme y sin titubeos, pero extrañado, preguntó:
─ ¿Sois novios?
─Sí,
llevamos ya cuatro años juntos─ respondí.
Él se siguió mostrando contrariado
e incluso intrigado pero, finalmente, aceptó la respuesta.
─Bueno ¿y ya has terminado los
trabajos sociales?
─Hago Trabajo Social─ le corregí ya acostumbrado a tener que
explicar continuamente que no soy auxiliar de ayuda a domicilio o graduado
social─. No, todavía tengo para un par de años.
Sorprendido y sin entender del todo
qué estaba pasando observé cómo esta respuesta
le descolocó del todo. Nuevamente volvió a magrearse la tupida barba
canosa y sin ser invitado se sentó a mi lado, claramente movido por la curiosidad.
─Disculpa que te lo pregunte, pero
estando con Carmen y…pareces un chico
majo… ¿Qué hiciste para acabar haciendo “Trabajo Social”?─ me preguntó resaltando “Trabajo Social”,
queriendo enfatizar que había entendido mi corrección.
─Así,
por lo pronto, aprobar la selectividad─ respondí directamente.
Su expresión digna y curiosa se
transformó en una mueca de sorpresa que entonó una sonora carcajada.
─ ¡Entonces, es una carrera!─ exclamó─.
Pensaba que te habían obligado a hacer doce créditos de libre configuración
como castigo o redención por haber hecho alguna maldad, tipo pintar una pared o
quemar una papelera─ (Es decir, Trabajos en Beneficio de la Comunidad) ─. Pensaba que ahora los jueces me empezarían a
enviar a todos los vándalos a estudiar Historia Antigua─ me reconoció con una amplia sonrisa ─, y
viendo cómo va el sistema educativo no me extraña.
Continuamente tengo que oír en
conversaciones “trabajo social o trabajos sociales” como eso: trabajos en
beneficio de la comunidad, e incluso me han preguntado cómo llevo eso de
limpiar el culo a los viejos, porque la gente piensa que soy auxiliar de ayuda
a domicilio, pero la verdad es que ya no me molesta. Poca gente sabe lo que es
un Trabajador Social, y esa es la verdad. Pero ¿para qué negarlo? también eso
nos puede beneficiar en ciertas circunstancias y esa es la mejor habilidad que
puede tener un trabajador social, saber usar a su favor el entorno en el que va
a desenvolverse.