Enelimaginario

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miércoles, 19 de abril de 2017

CONDENADO A SER TRABAJADOR SOCIAL




CAPÍTULO II

CONDENADO A SER TRABAJADOR SOCIAL
Al pedir el listado de todas las asignaturas que me faltaban para terminar la diplomatura que, pese a ser mi tercer año, eran muy numerosas, comprobé que tenía pendientes doce créditos de libre configuración, o lo que equivale a tres asignaturas cuatrimestrales. Si conseguía quitármelos de encima ese año, al menos en las formas, podría decir que había aprobado tres asignaturas cuatrimestrales, y así, quizás, mi padre dejaría de atosigarme con su ironía para que metiese ritmo a los estudios. Los créditos de libre configuración son una serie de horas que tienes que cubrir con asignaturas que pueden ser de cualquier carrera y que los alumnos aplicados suelen utilizar en hacer asignaturas relacionadas con su profesión pero, como ya dije, ese no era mi caso. Y ya con la presión de tener que estudiar las asignaturas que, año tras año, dejaba pendientes durante los exámenes de febrero y junio, lo último que me apetecía era acudir a esas asignaturas que, por lo general, resultaban tediosas y aburridas mientras, fuera, el verano discurría lleno de fiestas, calor y playa. La solución vino de parte de Carmen, la que era mi novia entonces, y ahora es mi mujer, que estudiaba Historia en Oviedo. Me informó que en su facultad existía un profesor que tenía una asignatura de exactamente doce créditos relativamente fácil de aprobar, pues a los alumnos de libre configuración les realizaba un examen oral sobre un libro que mandaba leer.  Sin dudarlo me matriculé en septiembre de esa asignatura, “Historia Antigua de la Península Ibérica”. Al poco de formalizar la matrícula me entrevisté con el profesor. Fue una entrevista rutinaria, donde me facilitó un libro con el mismo título que la asignatura. El profesor era un hombre tranquilo, escudado tras unas gafas de lectura que dejaba reposar sobre una prominente nariz franqueada con un enorme arco. Miraba desinteresado el listado de alumnos en búsqueda de mi nombre, mientras que con la mano derecha se masajeaba, por encima de una tupida barba ya más canosa que negra, el mentón. Su aspecto en conjunto resultaba altivo y digno, una de esas presencias con cierto aire ilustrado, de ojos cansados de leer y releer libros en polvorientas bibliotecas., Tras acabar de analizar su cara observé el despacho, una vieja radio negra alegraba el ambiente con “La Trucha” de Schubert. La estancia estaba bien iluminada, con vistas al resto del campus. Desde la ventana se veían los edificios de filosofía y la cafetería. Pese a ser el despacho de toda una eminencia catedrática, estaba decorado de forma muy austera, apenas una mesa, una silla y algunas estanterías repletas de archivos organizados por años, que seguramente contendrían expedientes, resultados de notas y cosas por el estilo, pero ningún libro a la vista salvo el que descansaba junto a los papeles que ojeaba en la mesa.
─Bien… aquí está usted… Don Alejandro, estudiante de TS…
Vaciló unos segundos, calculé que me preguntaría que era “TS”, pero, sin darle mayor importancia, empezaron las explicaciones.
─Bien… Se ha matriculado usted en “Historia antigua de la península Ibérica”… ¿Le interesa la historia?
─Mucho,  siempre quise incrementar mis conocimientos sobre nuestra historia y, en especial, sobre la antigüedad─  respondí con cierto tono pedante.
─Bien, bien─  dijo sin dar mucha credibilidad a mis adulaciones sobre la asignatura─. Tiene que leerse este libro. El diecinueve de junio, a las cinco de la tarde, tendrá usted el examen en este mismo despacho. Será oral y constará de cinco preguntas. Preste especial interés a las aportaciones de los romanos y los otros pueblos invasores. ¿Alguna pregunta?
 ─Pues no─  respondí satisfecho con la simplicidad del proceso.
Ningún trabajo y un libro bastante pequeño, resultaba algo muy asumible y más en comparación con los largos y tediosos temarios sobre derecho, servicios sociales o historia del trabajo social a los que nos tenían acostumbrados en la carrera.
Pero, para qué negarlo… si el buen estudiante siempre se esfuerza aun cuando sabe que al resto le van a regalar el aprobado, el mal estudiante no se esforzará por muchas facilidades que le des. Así que llegó el diecinueve de Junio y yo no había leído el libro. Me podría escudar argumentando que entre estudiar mis asignaturas y el trabajo que tenía dirigiendo un proyecto social no había tenido tiempo, pero la realidad es que se me había olvidado apuntarlo en la agenda, que nunca uso, y sólo lo recordé cuando mi madre me preguntó por esa nota pegada desde septiembre en la nevera.
Aun así, no me dejé amedrentar por tan nimio detalle y decidí presentarme igualmente. Tengo bastante labia y cultura general, y pensé que, quizás, una mezcla de ambas sirviesen, al menos, para conseguir un cinco en un examen oral. En la sala de espera cinco alumnos nos apelotonábamos. Antes que yo, dos chicas de la carrera de filosofía y otro alumno de la carrera de humanidades entraron y salieron a los pocos minutos con los veredictos: dos suspensos y un aprobado.  Desanimado, pues objetivamente esta gente sabía bastante más que yo de las invasiones cartaginenses y romanas, entré derrotado a aceptar mi ineptitud y pedir una segunda oportunidad para septiembre. Dentro, otra pieza de Schubert sonaba por su antigua radio negra.
─Bien, joven  ¿Puede usted referir que nos aportaron los romanos?─  me preguntó tras comprobar mi nombre en el listado.
No pude evitar recordar esa famosa escena de los Monty Python y dije sin vacilación:
─ ¡El vino, el vino!
─Bueno sí… ¿Pero qué fue lo más destacable y por qué?
Seguí recordando la gloriosa película La vida de Brian y empecé a enumerar las aportaciones que discutían los miembros del Frente Judaico de Liberación, intentando ligarlas a cosas más o menos realistas.
─El alcantarillado… y con ello la salubridad. Las vías romanas y el lógico impacto en las comunicaciones. La seguridad y con ello…
─Bueno sí─  me interrumpió ya mal humorado ─ ¿pero qué es lo que más destaca el libro?
Se me notaría en la cara mi absoluta ignorancia porque no esperó mi respuesta.
─El censo, señor mío, ¡el censo!… ¿Se ha leído usted el libro o no?
─Claro, claro…─  afirmé haciéndome el despistado─ el censo… claro.
E intenté rápidamente explicar la importancia del censo para la historia. Pero no se me ocurrió por qué debería ser más importante el censo que el vino o las calzadas, así que simplemente me quedé en blanco.
─Bueno…─  dijo ya aburrido ─ esta pregunta es básica. Lo siento, pero no ha aprobado, tendrá que volver en Septiembre.
Agradecí que terminase la tortura, pero cuando ya estaba recogiendo mis cosas me volvió a interrumpir.
─ ¿Qué es TS?─  me preguntó.
─ ¿Cómo?─  respondí yo completamente incómodo por la situación.
─Aquí pone que es usted estudiante de “TS”… ¿Qué significa?
─Trabajo Social─  dije con prisas por salir, pues nadie quiere estar mucho tiempo delante de la persona que te acaba de suspender.
─ ¿Y por qué te has matriculado de esta asignatura?─  me volvió a interrogar, mientras que, con curiosidad, me miraba por encima de sus gafas de lectura y su noble barba.
─Bueno, como nos obligan a estudiar doce créditos de libre configuración y me dijeron que su asignatura era fácil, pues me matriculé─  dije en un arrebato de sinceridad.
─ ¡ESTO ES EL COLMO! ─ gritó encolerizado mientras su rostro se enrojecía─  ¡Esto es lo que me quedaba por ver! ¡Así nos luce el pelo en las facultades!
Y, sin más palabras, tachó el suspenso de mi hoja y puso un gran “Aprobado” en su lugar.
─No voy a ser yo quien te joda la vida, venga vete.
─Muchas gracias─  fue lo único que llegué a decir antes de marcharme, encantado con mis doce créditos “regalados” achacando mi aprobado a la falta de simpatía que tenían algunos profesores hacia las asignaturas de libre configuración y más cuando las cursa un estudiante de una carrera que poco o nada tienen que ver con ellas.
Pasó el verano y volvió el otoño. Yo ya había olvidado la anécdota hasta que un día tomando un vino en una cantina cercana a mi casa, el profesor apareció de entre las mesas lejanas y saludó con alegría a Carmen, que había sido también alumna suya. No tardó mucho tiempo en reconocerme y sin titubeos, pero extrañado, preguntó:
─ ¿Sois novios?
─Sí, llevamos ya cuatro años juntos─   respondí.
Él se siguió mostrando contrariado e incluso intrigado pero, finalmente, aceptó la respuesta.
─Bueno ¿y ya has terminado los trabajos sociales?
─Hago Trabajo Social─  le corregí ya acostumbrado a tener que explicar continuamente que no soy auxiliar de ayuda a domicilio o graduado social─. No, todavía tengo para un par de años.
Sorprendido y sin entender del todo qué estaba pasando observé cómo esta respuesta  le descolocó del todo. Nuevamente volvió a magrearse la tupida barba canosa y sin ser invitado se sentó a mi lado, claramente movido por la curiosidad.
─Disculpa que te lo pregunte, pero estando con Carmen  y…pareces un chico majo… ¿Qué hiciste para acabar haciendo “Trabajo Social”?─  me preguntó resaltando “Trabajo Social”, queriendo enfatizar que había entendido mi corrección.
─Así, por lo pronto, aprobar la selectividad─  respondí directamente.
Su expresión digna y curiosa se transformó en una mueca de sorpresa que entonó una sonora carcajada.
─ ¡Entonces, es una carrera!─ exclamó─. Pensaba que te habían obligado a hacer doce créditos de libre configuración como castigo o redención por haber hecho alguna maldad, tipo pintar una pared o quemar una papelera─ (Es decir, Trabajos en Beneficio de la Comunidad) ─.  Pensaba que ahora los jueces me empezarían a enviar a todos los vándalos a estudiar Historia Antigua─  me reconoció con una amplia sonrisa ─, y viendo cómo va el sistema educativo no me extraña.

Continuamente tengo que oír en conversaciones “trabajo social o trabajos sociales” como eso: trabajos en beneficio de la comunidad, e incluso me han preguntado cómo llevo eso de limpiar el culo a los viejos, porque la gente piensa que soy auxiliar de ayuda a domicilio, pero la verdad es que ya no me molesta. Poca gente sabe lo que es un Trabajador Social, y esa es la verdad. Pero ¿para qué negarlo? también eso nos puede beneficiar en ciertas circunstancias y esa es la mejor habilidad que puede tener un trabajador social, saber usar a su favor el entorno en el que va a desenvolverse.