Enelimaginario

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viernes, 14 de septiembre de 2012

LA ABUELA




LA ABUELA
(Fuente de la imagen: http://visibleseinvisiblesdm.blogspot.com.es)


Este texto es en si un pequeño estudio "costumbrista" en donde intento reflejar de una u otra forma la realidad de la zona rural de las montañas del Norte de España, una realidad marcada por el abandono y el envejecimiento de la población que lo habita dentro de una pasmosa monotonía ausente de infancia y juegos que solo se vé alterada en ocasiones muy puntuales cuando la familia extensa vuelve a pasar unos días.

La historia se situa en el "Bierzo" solo por cuestiones técnicas, pues este cuento tiene diferentes versiones, algunas hubicadas en Santander con el queso de fondo, Otras en Asturias... pero tengo especial cariño a esta versión pues es la origina, el resto de adaptaciones solo tenían por objetivo cumplir con los criterios de los concursos donde fueron presentadas, y de una u otra forma se nota en el resultado final... 

Aún titulandose "La Abuela" creo que la auténtica protagonista del cuento es la casa en donde se desarrolla la historia, pues de una u otra manera ha conseguido hacerse un hueco principal en los elementos descriptivos que configuran la historia, tiñiendose a mi juicio de una personalidad propia que se forma dentro de la idea de cada lector/a y que seguramente sea muy distinta de una persona a otra, dependiendo logicamente de la imagen de "Casa Rural" tenga cada uno dentro de su esquema.

Este punto es realmente importante, pues recibí muchas criticas sobre el final, considerado 

por algunas personas demasiado cerrado y definitivo, pero que en cambio a mi juicio abre 

todo un abanico de posibilidades a la imaginación para continuar la historia, pues una vez 

 consensuado que la verdadera protagonista es "La Casa" todos podemos intentar imaginar 

que va a suceder a continuación.


Pero no quiero dar mas pistas...  Espero que os guste.


LA ABUELA


Tras tragar, “El Tercero” regurgitó, ensalivó y rumió las palabras que tan difíciles le eran de digerir….  Pero no consiguió otra cosa que responder con un atronador eructo de necedades incoherentes.
La mujer de “El Pequeño”, sin embargo, tras haber pensado, barruntado, reflexionado, perfeccionado y finalmente disparado sus palabras se sintió en posición de responder a las descalificaciones con un atronador silencio de apabullante ironía.
El resto de los espectadores, impactados y doblegados por lo cómico de la situación, rompieron en estruendosas carcajadas que llenaron de sonido la silenciosa respuesta.
“El Tercero” baja la mirada, vuelve a tragarse las palabras rumiadas y esta vez sí, las digiere, procesa y finalmente expulsa reconociendo su derrota dialéctica. Sin duda,  había perdido, y para evitar debates inútiles que solo derivarían en peligrosas confrontaciones acepta de buen grado la victoria de su oponente y se une a las risas del resto de los comensales.
En ese momento “La Abuela” hace aparición en el comedor donde continua animada la conversación. Hace días que ha terminado la matanza, aún en contra de nuevas normas, se ha impuesto la vieja costumbre, y en un acto público para el pueblo, pero privado ante otros ojos no deseados, se ha desangrado, descuartizado y procesado al pobre gorrino, que con cariño se ha ido alimentando con las sobras de las comidas, muchas bellotas y sobretodo castañas… 

 De lo que un día estuvo vivo ahora vemos sobre todo  ristras de chorizo, los siempre presentes jamones, morcillas, algún salchichón, pero entre ellas destaca una pieza de color rojo. 

“El Botillo” ya está listo. Ha sido adobado, embutido, ahumado, secado y finalmente cocinado, todo ello por manos expertas que con la experiencia de miles de años de práctica heredada desde tiempo “de los romanos “como gusta decir por la zona, han sabido transformar  partes innombrables de la anatomía porcina por desagradables al oído en una sinfonía culinaria perfecta para el  paladar adiestrado, pues de todos es sabido que el mal comedor se debe quedar en casa, que el glotón dará cuenta de su porción.

Los comensales llenos de ansiedad, aplauden la entrada del manjar, que acompañado con patatas cocidas y otros ingredientes de la receta de “La Abuela” embriaga con su aroma la estancia.
La escena se completa con otro olor, el de la leña de roble que utilizó “La Abuela” para alimentar la vieja cocina de hierro forjado que vino a jubilar con el orgullo de la civilización el antiguo llar, del que solo los comensales más viejos recuerdan su emplazamiento, una vieja cocina, que a pesar de la insistencia de los más jóvenes, “La Abuela” se niega a jubilar.

El frío y el viento arremete inútilmente contra la sólida estructura de siglos de antigüedad, que con la experiencia de tantas generaciones como fantasmas habitan sus estancias, protege a los comensales de la nieve que se agolpa fuera.

Con orgullo matriarcal, “La Abuela” parte y reparte la pieza entre los presentes, acompañando siempre la rodaja con una buena ración de patatas y deja al alcance de los comensales el pimentón picante, sal gorda y un buen aceite, para condimentar según  la valentía de cada uno el plato ya preparado.

Es “El tercero” quien con gesto de nostalgia rechaza el pimentón, su estomago es perro viejo, y sabe que no le convienen los excesos,  mira con envidia como los bravos de paladar espolvorean el picante e incluso rebañan el aceito rojo de la mezcla y a continuación consuelan el ardor de la boca con un gran trago de vino joven.

“La Abuela” contempla la escena en un rincón, vieja costumbre que no es capaz de apartar, pues aunque ve con buenos ojos que ahora las mujeres compartan mesa y discusión con los hombres, ella se considera ya vieja reliquia de antiguas tradiciones, injustas sin duda, pero que respeta más por sordera que por nostalgia… ¿De qué vale una vieja sorda si no es para cocinar? Suele decir ante la insistencia de los jóvenes que luchan por integrarla en la comida. 

Una empanada de chorizo y berzas, también receta de “La Abuela”, horneada en la misma cocina de leña, sacia a los más tragones y solo queda lugar para los cafés ahogados con gotas de un orujo que “El Abuelo” hizo de la forma tradicional el año antes de morir, todo un manjar en extinción que se sirve en abundancia, pero nunca se regala.

“La Abuela” se queja de sus achaques, y tras recibir las ultimas felicitaciones de todos los comensales, quienes no han dejado de alabar durante toda la cena “El Botillo” a gritos y con gestos por su gesta se retira a la soledad de sus recuerdos a una habitación poco apartada del ruido, que nada le molesta por su sordera.
Tras desvestirse, orgullosa de su proeza culinaria, se reconforta en el calor de una casa hoy llena, que por lo general suele estar vacía. Aparta las gruesas mantas de lana añeja, se deja rodear por el viejo colchón, y siente húmedas las sábanas de tan frías que están.

La conversación sigue abajo, avivada por el calor del orujo, que ahora se acrecenta con el sabor de otros licores, también caseros, pero en esta ocasión receta de un joven internauta dispuesto a revivir las viejas tradiciones a golpe de ratón. Hablan con alegría y nostalgia de “El Abuelo”, ese bravo personaje de fuerza incomparable, que dejó niños a sus hijos adultos, pues siempre afirmaba que no serían hombres hasta que le ganaran a un pulso. Ningún hijo le ganó, la ciudad amansó la fuerza natural de su extirpe, acomodando los músculos a otros servicios menos exigentes que las duras tareas del campo.

“La Abuela” oye en su sordera el murmullo de ese nombre, hunde su olfato en las gruesas mantas, regalo de bodas de su abuela, recuerda entre alegres lágrimas de nostalgia tiempos de juventud y los numerosos partos que con suerte tuvo en esa misma cama, y sin querer recuerda también el calor de “El Abuelo”

Los niños se retiran, duermen a la antigua usanza, tres por cama, ¿Alguien conoce mejor calefacción?. Salvo uno, hijo de madre primiparañeja, que no soporta la idea de ver a su único vástago durmiendo apretado e incómodo en una alcoba vieja, repleta dios sabe de cuantos ácaros y recuerdos de gente muerta. Por lo que a pesar de su marido, quien insiste en que se queden a dormir como se duerme en las viejas casas de aldea, se aventuran en la nevada con un coche provistos de cadenas a volver ya de noche a su piso en la ciudad. 

“La Abuela” escucha el motor arrancar y siente un poco mas vacía la casa, sin la presencia de su hijo “El Mayor”, que ahora, presa de la civilización, y de una buena mujer que no sabe entender viejas costumbres, incómodas, sin duda, pero ¿qué mejor recuerdo del hogar de un abuelo, que el cálido e inocente contacto de otros niños en una fría cama rodeada de pesadas mantas mientras fuera nieva?

Aún así está alegre, los niños finalmente no duermen, hablan entre mantas, ríen, y también juegan, nota llena de vitalidad la vieja casa y no puede evitar hablar con “El Abuelo” de esos buenos tiempos, cuando eran jóvenes, y sus hijos niños, tiempos duros, en los que en esa misma casa vivían juntas varias generaciones, pero a pesar de todo eran jóvenes…

Una guitarra hace aparición en la escena, canciones antiguas vuelven a sonar nuevas, entonadas con la práctica de una mano diestra, sin duda es “La Segunda”, “Mi Niña del Alma”, piensa “La Abuela”. Recuerda como ella, su “Niña del Alma”, acompañaba a diario a su madre en las pesadas tareas de la casa, y como a pesar de todo siempre encontraba tiempo para tocar la guitarra.

 “La Abuela” oye embotada por la sordera melodías que suenan nuevas, canciones modernas. Nuevamente habla con “El Abuelo” –Cuando se fue me alegré por ella, pero esta casa no volvió a ser la misma, esa alegría, esa mirada, era “Mi Niña del Alma”. Nuevamente se regocija en el llanto alegre de tiempos pasados, y cambiaría todo por volver a ser joven, por volver a enseñar a esa niña los secretos de la cocina. Pero ahora, ella es la gran estrella de los fogones, gran empresaria, que supo aprovechar todo el tiempo empleado con su madre en la cocina, para triunfar en un mundo moderno con recetas antiguas.

-¿Sabias que probaron mi receta de Botillo en Japón?- Dice orgullosa a “El Abuelo” -Tu ya te habías ido, pero fue emocionante verla partir tan lejos…- en “El Japón”  se repite para si misma como si no entendiese bien si se trata de un país o toda una civilización.

No puede evitar encender la luz, rebuscar en su vieja alcoba y ojear la noticia de prensa… “Hostelera abre nuevo mercado en Japón” dice el titular, y en la foto, su “Niña del Alma”, orgullosa, sirve una excelente pieza a un grupo de ricos Japoneses.

Doblado dentro de la hoja de periódico, una receta escrita a mano, difícil de leer por los años, la receta de “La Abuela” escrita de su propio puño y letra.

-Me dijo “La Segunda”, que ahí gustan de comer los peces vivos, dice, que los abren por la mitad y los sirven, así vivos, dando aún bocanadas…  No estaba convencida de que les gustase mi “Receta”… pero gustar gustó… Ahora su bar aparece en todas las guías importantes y dice que no hay semana que no venga un grupo de Japoneses… reflexiona, calla y se da cuenta de que habla demasiado con los muertos, apaga la luz e intentar dormir.

Abajo cesa la música. Muchos están cansados y se retiran a alguno de los numerosos cuartos y solo quedan los demasiados ebrios como para dejar de beber, y entre trago y trago cuentan viejas historias de su infancia en la aldea. Hablan bajo, para no molestar, pero el susurro impregna toda la casa, poco a poco todos se retiran. Todos, menos “El Pequeño” y “El Tercero”, que valientes en compañía de su cuñado, aguantan un poco más bebiendo.

Transcurre la noche. Un viejo reloj de péndulo marca las horas, las media horas, los cuartos… y poco a poco los valientes se amodorran ebrios de alcohol y recuerdos. Alguna lágrima rueda de nostalgia por una infancia feliz, rodeada del campo, el olor de la cocina, la alegría inocente de considerarse inmortales en un mundo que aún no comprenden.

El fuego de la vieja cocina de hierro forjado es avivado por última vez. “El Pequeño” busca “El Atizador”, abre la puerta, selecciona un tocón, mira con curiosidad los líquenes que pueblan su corteza, aspira su aroma y finalmente lo introduce con cuidado por la portilla posándolo sobre las brasas vivas.


El amanecer es frío y despejado. El gallo reta a la helada matutina reclamando su harén ante cualquier posible rival que furtivamente hubiese entrado con alevosía y nocturnidad en el corral, la cocina mantiene vivas las últimas brasas, a la espera de ser avivadas para espantar la helada matinal. Todos en la casa duermen, todos menos “La Abuela” que apretando contra su pecho la vieja receta escrita de su puño y letra, yace rígida y fría, mientras una última lágrima se resiste a evaporarse de su mejilla. 


Será “Su Niña del Alma” la que suba a despertarla, la que note su frio tacto y le dé su primer beso de despedida.


    







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