LA ABUELA
(Fuente de la imagen: http://visibleseinvisiblesdm.blogspot.com.es)
Este texto es en si un pequeño estudio "costumbrista" en donde intento reflejar de una u otra forma la realidad de la zona rural de las montañas del Norte de España, una realidad marcada por el abandono y el envejecimiento de la población que lo habita dentro de una pasmosa monotonía ausente de infancia y juegos que solo se vé alterada en ocasiones muy puntuales cuando la familia extensa vuelve a pasar unos días.
La historia se situa en el "Bierzo" solo por cuestiones técnicas, pues este cuento tiene diferentes versiones, algunas hubicadas en Santander con el queso de fondo, Otras en Asturias... pero tengo especial cariño a esta versión pues es la origina, el resto de adaptaciones solo tenían por objetivo cumplir con los criterios de los concursos donde fueron presentadas, y de una u otra forma se nota en el resultado final...
Aún titulandose "La Abuela" creo que la auténtica protagonista del cuento es la casa en donde se desarrolla la historia, pues de una u otra manera ha conseguido hacerse un hueco principal en los elementos descriptivos que configuran la historia, tiñiendose a mi juicio de una personalidad propia que se forma dentro de la idea de cada lector/a y que seguramente sea muy distinta de una persona a otra, dependiendo logicamente de la imagen de "Casa Rural" tenga cada uno dentro de su esquema.
Este punto es realmente importante, pues recibí muchas criticas sobre el final, considerado
por algunas personas demasiado cerrado y definitivo, pero que en cambio a mi juicio abre
todo un abanico de posibilidades a la imaginación para continuar la historia, pues una vez
consensuado que la verdadera protagonista es "La Casa" todos podemos intentar imaginar
que va a suceder a continuación.
Pero no quiero dar mas pistas... Espero que os guste.
LA ABUELA
Tras tragar, “El
Tercero” regurgitó, ensalivó y rumió las palabras que tan difíciles le eran de
digerir…. Pero no consiguió otra cosa
que responder con un atronador eructo de necedades incoherentes.
La mujer de “El
Pequeño”, sin embargo, tras haber pensado, barruntado, reflexionado,
perfeccionado y finalmente disparado sus palabras se sintió en posición de
responder a las descalificaciones con un atronador silencio de apabullante
ironía.
El resto de los
espectadores, impactados y doblegados por lo cómico de la situación, rompieron
en estruendosas carcajadas que llenaron de sonido la silenciosa respuesta.
“El Tercero” baja la
mirada, vuelve a tragarse las palabras rumiadas y esta vez sí, las digiere,
procesa y finalmente expulsa reconociendo su derrota dialéctica. Sin duda, había perdido, y para evitar debates inútiles
que solo derivarían en peligrosas confrontaciones acepta de buen grado la
victoria de su oponente y se une a las risas del resto de los comensales.
En ese momento “La Abuela” hace aparición en
el comedor donde continua animada la conversación. Hace días que ha terminado
la matanza, aún en contra de nuevas normas, se ha impuesto la vieja costumbre,
y en un acto público para el pueblo, pero privado ante otros ojos no deseados, se
ha desangrado, descuartizado y procesado al pobre gorrino, que con cariño se ha
ido alimentando con las sobras de las comidas, muchas bellotas y sobretodo
castañas…
De lo que un día estuvo
vivo ahora vemos sobre todo ristras de
chorizo, los siempre presentes jamones, morcillas, algún salchichón, pero entre
ellas destaca una pieza de color rojo.
“El Botillo” ya está
listo. Ha sido adobado, embutido, ahumado, secado y finalmente cocinado, todo
ello por manos expertas que con la experiencia de miles de años de práctica
heredada desde tiempo “de los romanos “como gusta decir por la zona, han sabido
transformar partes innombrables de la
anatomía porcina por desagradables al oído en una sinfonía culinaria perfecta
para el paladar adiestrado, pues de
todos es sabido que el mal comedor se debe quedar en casa, que el glotón dará
cuenta de su porción.
Los comensales llenos
de ansiedad, aplauden la entrada del manjar, que acompañado con patatas cocidas
y otros ingredientes de la receta de “La Abuela” embriaga con su aroma la estancia.
La escena se completa
con otro olor, el de la leña de roble que utilizó “La Abuela” para alimentar la
vieja cocina de hierro forjado que vino a jubilar con el orgullo de la
civilización el antiguo llar, del que solo los comensales más viejos recuerdan
su emplazamiento, una vieja cocina, que a pesar de la insistencia de los más
jóvenes, “La Abuela”
se niega a jubilar.
El frío y el viento
arremete inútilmente contra la sólida estructura de siglos de antigüedad, que
con la experiencia de tantas generaciones como fantasmas habitan sus estancias,
protege a los comensales de la nieve que se agolpa fuera.
Con orgullo matriarcal,
“La Abuela”
parte y reparte la pieza entre los presentes, acompañando siempre la rodaja con
una buena ración de patatas y deja al alcance de los comensales el pimentón
picante, sal gorda y un buen aceite, para condimentar según la valentía de cada uno el plato ya
preparado.
Es “El tercero” quien
con gesto de nostalgia rechaza el pimentón, su estomago es perro viejo, y sabe
que no le convienen los excesos, mira
con envidia como los bravos de paladar espolvorean el picante e incluso rebañan
el aceito rojo de la mezcla y a continuación consuelan el ardor de la boca con
un gran trago de vino joven.
“La Abuela” contempla la escena
en un rincón, vieja costumbre que no es capaz de apartar, pues aunque ve con
buenos ojos que ahora las mujeres compartan mesa y discusión con los hombres,
ella se considera ya vieja reliquia de antiguas tradiciones, injustas sin duda,
pero que respeta más por sordera que por nostalgia… ¿De qué vale una vieja
sorda si no es para cocinar? Suele decir ante la insistencia de los jóvenes que
luchan por integrarla en la comida.
Una empanada de chorizo
y berzas, también receta de “La
Abuela”, horneada en la misma cocina de leña, sacia a los más
tragones y solo queda lugar para los cafés ahogados con gotas de un orujo que
“El Abuelo” hizo de la forma tradicional el año antes de morir, todo un manjar
en extinción que se sirve en abundancia, pero nunca se regala.
“La Abuela” se queja de sus
achaques, y tras recibir las ultimas felicitaciones de todos los comensales,
quienes no han dejado de alabar durante toda la cena “El Botillo” a gritos y
con gestos por su gesta se retira a la soledad de sus recuerdos a una
habitación poco apartada del ruido, que nada le molesta por su sordera.
Tras desvestirse,
orgullosa de su proeza culinaria, se reconforta en el calor de una casa hoy
llena, que por lo general suele estar vacía. Aparta las gruesas mantas de lana
añeja, se deja rodear por el viejo colchón, y siente húmedas las sábanas de tan
frías que están.
La conversación sigue
abajo, avivada por el calor del orujo, que ahora se acrecenta con el sabor de
otros licores, también caseros, pero en esta ocasión receta de un joven
internauta dispuesto a revivir las viejas tradiciones a golpe de ratón. Hablan
con alegría y nostalgia de “El Abuelo”, ese bravo personaje de fuerza
incomparable, que dejó niños a sus hijos adultos, pues siempre afirmaba que no
serían hombres hasta que le ganaran a un pulso. Ningún hijo le ganó, la ciudad
amansó la fuerza natural de su extirpe, acomodando los músculos a otros
servicios menos exigentes que las duras tareas del campo.
“La Abuela” oye en su sordera
el murmullo de ese nombre, hunde su olfato en las gruesas mantas, regalo de
bodas de su abuela, recuerda entre alegres lágrimas de nostalgia tiempos de
juventud y los numerosos partos que con suerte tuvo en esa misma cama, y sin
querer recuerda también el calor de “El Abuelo”
Los niños se retiran,
duermen a la antigua usanza, tres por cama, ¿Alguien conoce mejor calefacción?.
Salvo uno, hijo de madre primiparañeja, que no soporta la idea de ver a su único
vástago durmiendo apretado e incómodo en una alcoba vieja, repleta dios sabe de
cuantos ácaros y recuerdos de gente muerta. Por lo que a pesar de su marido,
quien insiste en que se queden a dormir como se duerme en las viejas casas de
aldea, se aventuran en la nevada con un coche provistos de cadenas a volver ya
de noche a su piso en la ciudad.
“La Abuela” escucha el motor
arrancar y siente un poco mas vacía la casa, sin la presencia de su hijo “El
Mayor”, que ahora, presa de la civilización, y de una buena mujer que no sabe
entender viejas costumbres, incómodas, sin duda, pero ¿qué mejor recuerdo del
hogar de un abuelo, que el cálido e inocente contacto de otros niños en una
fría cama rodeada de pesadas mantas mientras fuera nieva?
Aún así está alegre,
los niños finalmente no duermen, hablan entre mantas, ríen, y también juegan,
nota llena de vitalidad la vieja casa y no puede evitar hablar con “El Abuelo”
de esos buenos tiempos, cuando eran jóvenes, y sus hijos niños, tiempos duros,
en los que en esa misma casa vivían juntas varias generaciones, pero a pesar de
todo eran jóvenes…
Una guitarra hace
aparición en la escena, canciones antiguas vuelven a sonar nuevas, entonadas
con la práctica de una mano diestra, sin duda es “La Segunda”, “Mi Niña del
Alma”, piensa “La Abuela”.
Recuerda como ella, su “Niña del Alma”, acompañaba a diario a su madre en las
pesadas tareas de la casa, y como a pesar de todo siempre encontraba tiempo
para tocar la guitarra.
“La
Abuela” oye embotada por la sordera melodías que suenan
nuevas, canciones modernas. Nuevamente habla con “El Abuelo” –Cuando se fue me
alegré por ella, pero esta casa no volvió a ser la misma, esa alegría, esa
mirada, era “Mi Niña del Alma”. Nuevamente se regocija en el llanto alegre de
tiempos pasados, y cambiaría todo por volver a ser joven, por volver a enseñar
a esa niña los secretos de la cocina. Pero ahora, ella es la gran estrella de
los fogones, gran empresaria, que supo aprovechar todo el tiempo empleado con
su madre en la cocina, para triunfar en un mundo moderno con recetas antiguas.
-¿Sabias que probaron
mi receta de Botillo en Japón?- Dice orgullosa a “El Abuelo” -Tu ya te habías
ido, pero fue emocionante verla partir tan lejos…- en “El Japón” se repite para si misma como si no entendiese
bien si se trata de un país o toda una civilización.
No puede evitar
encender la luz, rebuscar en su vieja alcoba y ojear la noticia de prensa…
“Hostelera abre nuevo mercado en Japón” dice el titular, y en la foto, su “Niña
del Alma”, orgullosa, sirve una excelente pieza a un grupo de ricos Japoneses.
Doblado dentro de la
hoja de periódico, una receta escrita a mano, difícil de leer por los años, la
receta de “La Abuela” escrita de su propio puño y letra.
-Me dijo “La Segunda”,
que ahí gustan de comer los peces vivos, dice, que los abren por la mitad y los
sirven, así vivos, dando aún bocanadas…
No estaba convencida de que les gustase mi “Receta”… pero gustar gustó…
Ahora su bar aparece en todas las guías importantes y dice que no hay semana
que no venga un grupo de Japoneses… reflexiona, calla y se da cuenta de que
habla demasiado con los muertos, apaga la luz e intentar dormir.
Abajo cesa la música.
Muchos están cansados y se retiran a alguno de los numerosos cuartos y solo
quedan los demasiados ebrios como para dejar de beber, y entre trago y trago
cuentan viejas historias de su infancia en la aldea. Hablan bajo, para no
molestar, pero el susurro impregna toda la casa, poco a poco todos se retiran.
Todos, menos “El Pequeño” y “El Tercero”, que valientes en compañía de su
cuñado, aguantan un poco más bebiendo.
Transcurre la noche. Un
viejo reloj de péndulo marca las horas, las media horas, los cuartos… y poco a
poco los valientes se amodorran ebrios de alcohol y recuerdos. Alguna lágrima
rueda de nostalgia por una infancia feliz, rodeada del campo, el olor de la
cocina, la alegría inocente de considerarse inmortales en un mundo que aún no
comprenden.
El fuego de la vieja
cocina de hierro forjado es avivado por última vez. “El Pequeño” busca “El
Atizador”, abre la puerta, selecciona un tocón, mira con curiosidad los
líquenes que pueblan su corteza, aspira su aroma y finalmente lo introduce con
cuidado por la portilla posándolo sobre las brasas vivas.
El amanecer es frío y
despejado. El gallo reta a la helada matutina reclamando su harén ante
cualquier posible rival que furtivamente hubiese entrado con alevosía y
nocturnidad en el corral, la cocina mantiene vivas las últimas brasas, a la
espera de ser avivadas para espantar la helada matinal. Todos en la casa
duermen, todos menos “La Abuela” que apretando contra su pecho la vieja receta
escrita de su puño y letra, yace rígida y fría, mientras una última lágrima se
resiste a evaporarse de su mejilla.
Será “Su Niña del Alma” la
que suba a despertarla, la que note su frio tacto y le dé su primer beso de
despedida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario