Enelimaginario

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martes, 5 de febrero de 2013

OCHO ASIGNATURAS -Autobiografico- cuento fracaso escolar.

El fracaso escolar te arrebata la infancia, te saca de un mundo calido y seguro para arrojarte sin escrupulos ni transición al mundo adulto. una experiencia que te marca para siempre. Tu te quedas, el resto siguen, tu fracasas, el resto triunfa, ya solo te queda buscar compañía para hacer la transición mas sencilla.

Este texto es un breve ensayo de una tarde de aburrimiento que nació sin ninguna pretensión de ser compartido, pero encontre dentro de la muerte un motivo para agradecer a todas esas personas que quiero y viven tan lejos su siempre calida aunque distante presencia.

Va por todos los "Robles" y mis buenos amigos.   



8 ASIGNATURAS.



Ocho asignaturas…  pero es menos vergonzoso que admitir que solo aprobé una… y  por pena como me dijo el profesor… y ya era el segundo curso que repetía.

Como mentira piadosa que me llegué a creer, decía a mis padres y amigos que habían sido tres… pero en la cristalera del instituto estaban colgadas las notas a la vista de todo el mundo, como recordatorio de que eso no dejaba de ser una mentira y la verdad estaba ahí… habían sido ocho… 
El otoño, el invierno y la primavera habían pasado como una niebla,  compañeros con el mismo interés que yo por los estudios, faltas de asistencias continuadas,  y como describió mi profesora particular una “apatía generalizada ante la vida” que al final se tradujo en eso… ocho suspensos.
Aún recuerdo el momento en el que vi las notas impresas en papel y fui consciente de la realidad, ya no hay esperanza, solo un largo y caluroso verano encerrado estudiando lo que ya no era capaz de comprender bajo la decepcionada mirada de mis padres, para una vez empezado el curso pasar de nuevo lo mismo. Largas e interminables clases que no comprendía.
La charla fue breve, y solo me hicieron una pregunta -¿Quieres dejar los estudios?- No supe que responder, quería estudiar, pero perdida la fe en mi mismo pensaba que a lo mejor ese era mi tope, hasta aquí había llegado… hasta los 16 años… ya nadie me podía obligar a continuar.
Sin respuesta me ofrecieron una sabia alternativa, nada de recuperaciones, nada de decisiones, nada de estudiar, nada de broncas o malas caras…  solo reflexionar, descansar y trabajar en el bar de mi familia, que si quería dejar los estudios esa experiencia me abriría muchas oportunidades laborales cuando volviese a Gijón.   
Empezó el verano del 94 y humillado volví como todos los años a Onteniente, mi pueblo blanco, vive como dice la canción colgado de un barranco,  tachonado por un gran campanario, curioso minarete árabe reformado por los cristianos. La mera visión de ese campanario en la distancia siempre había sido motivo de alegría, era su repicar el que nos anunciaba el inicio del verano, eran las calles caldeadas por el sol las que con su aroma mediterráneo nos recibían con promesas de aventuras, familia y diversión,  pero en esa ocasión no me invadió la ilusión infantil. Ahora el pueblo se me mostraba hostil, oscuro y turbio. Tuve que presentarme ante la familia y reconocer mi derrota, había suspendido otro curso mas… pero para mi sorpresa nadie me critico, nadie se sorprendió, por lo visto yo había sido el último en perder la esperanza… en tus manos está decidir… trabajar o estudiar… no es tan complicado.


Y vaya si trabajé… a las siete de la tarde todos los fines de semana y días festivos entraba por la puerta de ese bar, me ataba el mandil, seleccionaba mi bandeja preferida y me dejaba el alma en cada una de las mesas que servía hasta que bien entrada la madrugada,  regresaba a casa dolorido de brazos y piernas por los kilómetros recorridos con la bandeja a la altura del mentón, me gustaba esa sensación de utilidad, de entre todas las cosas al menos una la hacía bien, y me gustaba.




No me daba cuenta, pero me despedía de mi infancia, ese verano no hubo escapadas al rio, ni largas caminatas  acompañado por mis primos por el monte en busca de ese alacrán ni esa misteriosa migala,  en un último exceso me rodee de esa gente que nunca habían sido mis amigos, chicos y chicas marginales, con apodos duros y vidas trágicas que en un pueblo vienen siendo heredadas de la vida de los padres, también con apodos duros, como si el ciclo de la pobreza se cerrase en el nombre…  
Mi apodo “Roble”  también era heredado del pasado de una familia pobre y alcoholizada que con el esfuerzo de mi abuela y sus hijos consiguió superarse y engalanarse del orgullo de quien es capaz de sobreponerse al destino y crear un camino sobre los ríos del prejuicio. Pero pensé que al final los sabios quizás tuviesen razón… y que la genética de los abuelos no la heredan los hijos, si no los nietos… yo ya había heredado el apodo de mi abuelo…  y lo que la abuela consigue el hijo mantiene y el nieto lapida… yo era el nieto, y sentí estar predestinado a seguir la misma senda.


En el proceso decidí olvidar quien era y formar un nuevo “Roble”, alejándome de mis primos siempre fieles compañeros de aventuras, y olvidando a mis amigos que ahora lejos disfrutaban de su merecido descanso estival. Emprendí un nuevo camino cuyos primeros pasos recorrían las lindes del tabaco, el alcohol y alguna que otra experiencia un poco más dura. Todo un ritual de iniciación encaminado a demostrar a esas nuevas compañías que la persona que conocían era distinta a la que fue.



Solo de vez en cuando, del otro lado del mundo, de una realidad que ya no era mía llegaban puntuales cartas, cartas repletas de aventuras, de pozas multicolores, de expediciones bajo tierra, de jóvenes alegres que sin remordimientos disfrutaban de su descanso veraniego, por el contrario mis respuestas solo eran sórdidos diarios  plagados de mentiras que sentía lastraban mas el plomo que con fuerza tiraba de la delgada línea que me unía a las personas del otro lado. Presentía que esas cartas solo eran un fino hilo, tenso a punto de romperse,  que me unía a un pasado que ya no me pertenecía.
En esos excesos encontré mi primera novia formal, una chica gitana, morena y preciosa en sus formas redondas que ya había dado el paso de dejar los estudios y que me animaba a quedarme en el pueblo y buscar trabajo en alguna de las fábricas, para poder permitirnos los caprichos que el resto podía permitirse… esa Vespino, ese dinero para fiestas e incluso un piso o una habitación para poder disfrutar con tranquilidad de nuestra intimidad.
No era amor, pero si una fuerte atracción por su temperamento fuerte y  cariñoso, esa mezcla antagónica de feminismo radical y leal sumisión, de besos y bofetadas con la que dentro de su cultura debía de conquistar al hombre de su vida.  Y como ella me decía… “Loco me tenía”.

Corría el verano del 94, por las noches me juntaba con “Mi Gitana”, por el día las salas de máquinas o  esquinas oscuras donde beber y fumar sin la intromisión de los adultos y el fin de semana trabajaba en el bar, y solo de forma muy ocasional volvía al rio, a ese “Pou Clar”, donde en compañía de mis nuevos amigos, ocultaba mi afición por la naturaleza y me limitaba a fanfarronear, ignorando a esa serpiente o curioso sapo que por el rabillo del ojo había visto ocultarse entre algún matorral, ese ya no era yo, y si lo había sido lo mejor era callármelo y mantener intacta mi popularidad.



Allí, en ese escenario ideal,  rodeado de frescos manantiales, montañas escarbadas por los árabes y pozas de agua cristalina donde la vida bullía ajena a los alegres baños de los niños ocurrió, era una de esas tardes fanfarronas bajo el sol cuando el monte ardió, corría el verano del 94,  con más de cuarenta grados  el fuego apareció en el “Pou Clar”, primero fue solo una llama vigorosa que saltaba por el suelo prendiendo rápidamente las hojas muertas, pero la evacuación no se hizo esperar,  fue rápida y silenciosa, despreocupada, incluso divertida, una anécdota que rompía la monotonía de una tarde tranquila y veraniega.
Ese día era viernes, al cerrar el bar, llegaron las primeras noticias con la gente que de forma voluntaria o como retenes había ido a luchar contra el fuego, la palabra que se oía era descontrolado, completamente descontrolado.
La mañana siguiente amaneció con una espesa columna de humo  que vertical emergía tras el monte sin dejar ver las llamas, solo cuando llegó la noche del sábado pude ver el frente de fuego, que tétricamente cubría de color rojo todo el horizonte vecino, ahí a lo lejos. Tras el campanario,  Kilómetros y kilómetros de un halo de fuego, que como un cinturón esbelto recorría las laderas en un majestuoso y lento movimiento hipnótico.
El humo cubrió el pueblo, evacuaciones, casas quemadas, las noticias eran peores, ahora los retenes y voluntarios llegaban al bar oliendo a humo, sudorosos y derrotados, sus noticias eran terribles, sigue descontrolado es tal la virulencia que ningún cortafuegos funciona.
Cuando a la mañana siguiente el campanario repicó bajo una sombra negra de luces rojas y llamas vivas, el fuego avanzaba agresivo y cruel sobre los montes de mi infancia, me sentí culpable, había renegado del bosque, del rio… y ahora abandonados ardían suicidas por mi traición.
Con una bicicleta, préstamo de mi tío, recorrí el sendero en busca del humo, hasta tropezar en la carretera con el frente de bomberos y trabajadores que se afanaban en ampliar las zanjas aledañas a la carretera para utilizarla como corta fuegos. La carretera estaba cortada, pero aún así, me conseguí escabullir por un camino de tierra por detrás de la barrera.
Andando entre ellos, notaban mi presencia pero me ignoraban, solo uno me preguntó que hacía ahí… “Vine con Juan” respondí señalando al fondo… la mentira funciono… y me dejó continuar, planos brujulas, uniformes, gente que volvía negra del humo, gente que en su turno de descanso buscaban una sombra tras los camiones  y en medio yo.
El día era caluroso y sin viento, la cortina de humo se elevaba vertical hacia lo alto para luego desparramarse cubriendo el cielo de un gris oscuro, aún sin ayuda del viento corría como un animal vivo, lo vimos llegar, arrastrandose y reptando como la peor de las alimañas para acabar estrellándose contra la zanja que maquinas y hombres habían hecho junto a la carretera, pensé que  ese animal chocaría como un rio contra una presa, contra esa inmensa línea desierta de vegetación y acabaría consumiéndose . Pero no fue así, me lo habían contado los voluntarios en el bar, pero no creí que fuera cierto,
Primero fueron las ardillas, conejos y otros pequeños mamíferos que arrinconados entre el fuego y la zanja se ocultaban entre la escasa vegetación con más miedo al hombre que a las llamas… hasta que sus pelajes prendían, entonces se abalanzaban ardiendo entre horribles chillidos de dolor atravesando la barrera,  propagando las llamas al otro lado, los hombres y mujeres los perseguían, intentando darles muerte antes de que llegasen al otro lado, pero eran tantas, tantas bolas ardiendo… que los esfuerzos eran inútiles.
Fueron muchas, tantas que no las pude contar, y cuando la tragedia ceso, se hizo la calma, los chillidos cesaron, las bolas dejaron de saltar en el cortafuegos y solo el cripar de la madera y los cadaveres  acompañaba a los hombres y mujeres que ahí luchaban,  de los animales solo quedaban algunos focos al otro lado de la zanja que los bomberos y retenes luchaban por extinguir, pero entonces sucedió…Fue una explosión, pequeña y sorda en lo alto de las copas, la piña, como una granada saltó  arrojando sus piñones en llamas como metralla para estrellarse contra el asfalto, todos callaron y miraron al cielo, pum pum pum, sonó, y mas y mas piñas volaron, muchas no atravesaron el cortafuegos, pero las que sí, terminaban en las copas de los arboles las cuales prendián rápidamente como velas de aceite. Los bomberos cruzaban rápidos la carretera con sus camiones buscando las copas en llamas lanzando bocanadas de agua, pero los fuegos al  otro lado de la línea eran cada vez mas y mas numerosos.

Mire al suelo, y vi a los insectos, esos alacranes, arañas, mantis… cruzaban la carretera chamuscados, moribundos, aterrados en busca de la seguridad del otro lado, pero estaban atrapados, condenados, y entre todos ellos destacó una enorme araña, una gigantesca migala mal herida, apresada por el calor giraba yendo y viniendo erráticamente por el asfalto, me incliné a mirarla, tanto tiempo buscándola y ahora la encuentro.. pensé. Vacié el bidón de la bicicleta y con cuidado la introduje dentro, cerré la tapa y mientras la acomodaba de nuevo en la bicicleta sentí la palmada.









 No recuerdo que me dijo, solo sé que tenía el rostro negro y a través de las cenizas se veía el miedo, sin duda me asustó… loco me pareció que me llamó…  lo siguiente que recuerdo es una carrera en bicicleta cuesta abajo, solo en la base del monte ya al otro lado de la barrera que cortaba la carretera,  me permití descansar, abrí el bidón de agua y liberé a la migala entre unos matorrales , volví a admirar la belleza de un animal muy difícil de ver a plena luz del día y le desee la mejor de las suertes.



De vuelta por la carretera me adelantaron los camiones y coches que antes habían luchado contra el fuego, iban a abrir otro frente, ampliar otro corta fuegos, iniciar otra lucha nocturna para intentar frenar el avance del enemigo, desde mi punto se apreciaba la devastación, ya poco quedaba por salvar, el fuego había dejado detrás de sí enormes lenguas negras de ceniza y soledad.
Llegué tarde a casa, ya de noche, el camino de vuelta fue largo, el fuego había cortado  varias carreteras y en bicicleta el rodeo se hizo eterno. Sin dar tiempo a mi madre a oler el humo, me duche y dejé la ropa en la cesta de la colada. Soporté el interrogatorio. ¿Te parecen estas horas de llegar a casa? ¿Dónde has estado? ¿Con esa gentuza? Hueles a humo ¿Has fumado?... no le dije la verdad, admití mi nueva adicción al tabaco, inventé una historia con unos colegas en la plaza del pueblo y me metí en la cama bajo la decepcionada mirada de mi abuela.
Era el verano del 94 en Onteniente… Los días siguientes vi el fuego avanzar en la distancia… en las noticias el porcentaje aumentó y aumento.. del 10 al 40 al 70 al 80 y finalmente el 94 % de la masa forestal ardió. En total 10.000 hectareas.
Solo cuando todo hubo terminado, cuando no quedaba nada mas por quemar se volvieron a abrir las carreteras, esa mañana había recibido otra carta de ese mundo lejano y distante que ni siquiera me molesté en abrir, el hilo era tan fino, tan endeble que nada tenía que compartir con la gente que había al otro lado. Aunque quisiese volver del monte y el rio ya solo quedaban cenizas. 

 Esa tarde la pandilla volvimos “Al Pou Clar” Pero ya no era el idílico cuadro de mi infancia,  todo estaba quemado. Mis amigos hablaron de lo doloroso del paisaje durante unos breves momentos y enseguida volvieron a los chapoteos y fanfarronadas, Las aguas seguían cristalinas, pero las cenizas que poblaban los montes y campos aledaños pintaban un tenebroso cuadro negro de niños bañándose en la devastación.

No pude evitar alejarme del grupo y volver a buscar la fauna que también conocía, pero poco quedaba, aún así, bastantes vegetación se había salvado de las llamas en las húmedas lindes y escondida en ella la vida seguía sobreviviendo acongojada entre la multitud de personas que invadíamos su escaso espacio.
Fue entonces a la vista de todos, cuando una pequeña culebra cruzo despavorida entre mis piernas, no lo pude evitar, a grandes zancadas chapoteando cayendo y levantándome inicie una alocada y alegre carrera hasta que la atrapé sin contemplaciones. La pobre asustada se enrollo en mi mano apretando con fuerza mis dedos.
Con dificultad atravesé la maleza y volví hasta mi toalla bajo la atenta mirada de mis amigos y “Mi Gitana”.
Tras una breve explicación sobre la culebra uno de ellos recordó, y me preguntó ¿Tu no eras el que andabas con una red buscando bichos? –Si- Respondí aún maravillado por la visión de mi presa-  Miraaa tu…. “Dijo en un valenciano tono burlón” “El Loco del Pou Clar” exclamó acusadoramente. Sorprendido miré a mi delator a la par que el resto, incluida “Mi Gitana”, se rieron ruidosamente… -¿El Loco del Pou Clar? Pregunté aún sin comprender bien el “apodo”.
Fue “mi gitana” la que me explicó que durante los años anteriores, en mis búsquedas en solitario por el rio, me gané el apodo, nadie comprendía que hacía horas y horas de cuclillas mirando y revolviendo entre la maleza portando una red casera… la única explicación lógica era esa… que el Pou Clar ya tenía su Loco…
No me dolió, incluso me gustó, “El Loco de Pou Clar” me resultó sonoro y melódico a su manera, todo un pseudónimo…

En ese momento recordé quien era el  "Loco del Pou Clar” ese niño raro y solitario que buscaba bichos en un paisaje de ensueño, y así comprendí quien era ahora, un adolescente que había perdido su camino, pero que siempre estaba a tiempo de volver a encontrarlo.
Fue una tarde muy especial, divertida y fresca, les quise agradecer que me acompañasen, que me hubiesen  ayudado a recordar quién era hace apenas un año, pero no pude, me limité a disfrutar de su compañía y sus alegres fanfarronadas mientras notaba que esa carta que me esperaba en casa era el garfio que arrastraba tras de sí una fuerte soga de ánimo e ilusión.
Guardé la culebra en una caja escondida debajo de mi cama como solía hacer antes con todos los animales que entraban sin permiso en mi habitación, al día siguiente la saque de la caja, me dibujé una estrella de los vientos en la mano y con ella jugando entre mis dedos me hice una foto de despedida. Sabía que nunca más volvería a tener una culebra escondida debajo de la cama, pero quise recordarme así para el futuro un niño jugando con una culebra que se promete no perder el Norte, pensé en que era una chiquillada, una foto tonta que perdería con el tiempo todo su encanto, pero hoy en día cuando la vuelvo a ver me alegra tener ese recuerdo del verano del 94 que como brújula me sirvió para decidir que soy.
Al día siguiente leí con ilusión la carta, y las aventuras que dentro acontecían pasaron nuevamente a ser mías, el hilo resulto ser un sólido cabo . Contesté con una copia de la foto dentro del sobre y una breve nota  “mirad lo que he cazado ayer” esta noche la pasará conmigo pero mañana pienso soltarla en un sitio mejor que donde la encontré.  Y al día siguiente, todos los primos nos fuimos juntos a recorrer el rio en busca de un trozo frondoso con muchas ranas y poca ceniza donde poder liberar al cautivo ofidio.  Esa tarde “Mi Gitana” me llamó… pero el delicado hilo que me unía a ella se había roto definitivamente y con él todas mis pretensiones de trabajar, comprarme un Vespino y alquilar una habitación para tener un poco de intimidad…  Arropado por la gente que quería, recorriendo ese rio desolado por las llamas en su compañía y observado en la distancia por mis amigos, me volví a sentir seguro.
El fuego quemó dolorosamente el paisaje de mi infancia y de entre sus cenizas emergió la persona que soy ahora, distinta, quemada, pero orgullosa de su nombre, de su apodo, agradecida a su familia y amigos por el apoyo recibido y la comprensión que aún denotan.   
Ahora es el verano del 2012 y vivo muy lejos… de toda esa gente ya solo recuerdo el nombre de “Mi Gitana” pero en la televisión veo de nuevo arder esos paisajes de Valencia…  y me imagino a otro niño en bicicleta perdido en la carretera en mitad del incendio con la dura carga de ocho asignaturas a sus espaldas, mintiendo a sus padres y amigos, buscando su lugar en el mundo… solo espero que al menos ese fuego prenda en su interior la misma semilla que el del 94 prendió dentro de mí, que ilumine el camino de quien es realmente… y sepa distinguir gracias a la luz de esas llamas las cosas sencillas que realmente nos hacen disfrutar. Nada bueno trae un incendio, pero al menos ilumina el horizonte.

-No te rindas-  

2 comentarios:

  1. Me ha emocionado! Pero mucho mucho!

    Con tu permiso me guardo... Nunca se sabe... Quizás sirva de inspiración para algún alumno...

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  2. Muy bueno! Un relato valiente que retrata un antes y después en lo personal y en la vida de un pueblo marcado por el fuego.

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